¿Ya les conté que me gusta
bailar? Creo que sí… bueno, pues ahora estaba en la clase de danza árabe. Una
de las dificultades de aprender un nuevo baile popular es que con base a un
ritmo para uno más o menos desconocido, se deben emular movimientos que fueron
asociados a la música de manera natural por personas que posiblemente lleven
toda la vida escuchando este tipo de cadencia. Así que al mismo tiempo hay que
levantar el pie al ritmo, mover la cadera, sacudir los hombros, hacer figuras
con las manos y por si fuera poco estar pendiente a los cambios en la música
para hacer alguna variación de todo lo anterior. En general uno lo logra con
unas cuantas sesiones de práctica, pero el esfuerzo hace que una termine con
cara de pujido en vez de una bonita sonrisa de bailarina feliz. Es entonces
cuando el profesor o profesora de danza (esto en cualquier danza) dice “también
se baila con la cara, sonrían, pongan ojos coquetos, levanten el rostro”. Mi
maestra de árabe nos lo recuerda bastante y de hecho está pendiente de cada una
de nosotras y nos hacía la recomendación individual: “¡Eréndira, también se
baila con la cara!”, y entonces una hacía el “esfuerzo extra” de sonreír. La
clase pasada después de varios recordatorios individuales tuvo que explicarnos
lo siguiente que fue de plano una revelación, cabe aclarar que la clase es sólo
para que la tomen mujeres:
“Miren chicas, este como pueden
ver es un baile muy sensual y como ven cada una está bailando para sí misma,
entonces este baile se trata de seducir pero de seducirse a ustedes mismas. Así
que véanse en el espejo, tiene que gustarles lo que ven y si se sienten
seducidas es que lo están haciendo bien.”
Todas nos miramos y sonreímos a
nosotras mismas, algunas hasta nos acercamos al espejo para vernos mejor. Y
entonces la magia comenzó, con esto de seducirse a una misma en mente (al menos
para la que escribe) fue mucho más fácil mantener la postura, marcar mejor los
movimientos y armonizarlos. Salí de la clase pensando en esta parte de la
filosofía del baile oriental y no pude menos que imaginar otras aplicaciones.
Sí, una conversación, los bailes en pareja, la seducción, el sexo, se tratan no
sólo de uno@ mism@, pero seguramente también se tratan de un@ mism@. La verdad
es que no podemos saber a ciencia cierta lo que nuestra pareja siente ni
emocional ni físicamente, sólo podemos estar seguros de lo que nosotros
sentimos, y si nos sentimos seducidos por nosotros mismos debe ser porque algo
estamos haciendo bien. Por supuesto se entiende que no se trata de obtener
placer a pesar del otro, si lo que estás haciendo te produce placer a ti pero
daña a tu compañer@ entonces algo va mal,
un@ u otr@ tendrán que cambiar algo. Pero por ejemplo qué daño puede hacer
el que un@ aproveche plenamente del disfrute que provoca en un@ mismo bailar
una buena cumbia, aunque sepas sólo el paso básico y alguna vuelta tímida y aún
si tu pareja desearía que fueras un profesional de la movida de bote: “Si lo
que haces te seduce a ti mism@ es que algo estás haciendo bien”.
Así se crea un círculo virtuoso,
como lo que haces te da placer, te dan ganas de intentarlo de nuevo y
eventualmente mejorarás, tendrás más herramientas que te permitirán disfrutar
mejor. Y es que aunque en teoría sepamos esto, para algunos (al menos para la
que escribe) el “no importa el qué dirán” es una frase más fácil de decir que
de poner en práctica. Lo que sí creo fuertemente es que podemos aprender a
querernos a nosotros mismos lo suficiente para valorar nuestra propia opinión
en una medida más justa. Por poner un ejemplo tal vez algo burdo, en el sexo
que sólo se trata de dos personas (en general), lo que tú estás sintiendo
cuenta, por lo menos, en un cincuenta por ciento, y no hay a priori una razón
para pensar distinto.
Finalmente las chicas de la clase
de árabe no vamos sólo para bailar en ese salón de estudio, sino para aprender
pasos y llegada la ocasión de escuchar música oriental poder disfrutar mejor de
los movimientos que realizamos; pero algo nos quedó claro, seducirnos primero a
nosotras mismas es necesario para este aprendizaje. No pongamos pues toda la
carga de disfrute en hombros del otro, seamos consientes de que atender nuestra
propia sensación es valioso y necesario, aunque no se trate sólo de nosotr@s.
Esto además nos sirve para sabernos responsables de nuestro propio disfrute,
así si algo no nos gusta poder cambiarlo nosotros mismos, sin esperar tanto que
los demás lo hagan por nosotros.
Por cierto he escuchado muchas
veces la frase “no bailo porque nada más me sé como dos vueltas”. Dar vueltas
es imprescindible sólo si eres un trompo o si quisieras ganar una competencia
de baile por televisión, pero las mejores parejas para bailar, y esto lo digo
de primera mano, no son las que giran sin parar sino aquellas en las que se nota
el disfrute que les provoca el fluir del ritmo. La recomendación es pues,
súbele a la música y antes de que cualquier otra cosa pase busca seducirte a ti
mism@.
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