jueves, 22 de mayo de 2014

(Otro) Día de las Madres


A mi mamá, que se tuvo que aguantar en repetidas ocasiones la pregunta  “¿Por qué no eres una mamá como las otras?”, y a quien agradezco sus no sacrificios, los que han sido un ingrediente tan importante para ser quien soy y hacer lo que hago.

Soy mujer, doctora en matemáticas, profesora universitaria en una institución en el interior del interior de la república, divulgadora de la ciencia, socialista, feminista, militante, buena cocinera, muy buena (aunque potencialmente histérica) agente de viajes a los más alucinantes parajes que mi bolsillo puede pagar. Estoy por cumplir treinta, soy soltera, vivimos solas mi cachorra Nuit y yo.

Desde hace algún tiempo tengo el deseo de ser mamá. Desde hace aún más tiempo mi familia tiene el deseo de que yo sea mamá. A mi abuela la recuerdo derramando amor en forma de lecciones de español, geografía o matemáticas, de entrenamiento en reconocer sabores y perderle el miedo al aceite hirviendo. La recuerdo también divulgando teorías sobre la validez moral de embarazarse sin pedir consentimiento al teórico padre “tú ten un hijo sin pedir permiso, ya después pides perdón”, consejo que dicho sea de paso con los años ha pasado de parecerme una idea cruel a considerarlo una no tan mala. Fuera de las presiones familiares, cada vez es más claro que casi cualquier niño me produce una ternura gigante. Mi sección favorita de las librerías sigue siendo la de libros infantiles, y paso largos ratos buscando tesoros en papel de historias inverosímiles delicadamente ilustradas. Cada vez es más común que mis amigos señalen, sobre la forma en la que interactúo con sus hijos pequeños, que “es raro que te haya tomado tanta confianza porque en general no es así”, comentario que más allá de ser cierto o sólo un halago de mis camaradas, me hincha el ego. Estoy pues en ese tren de mujeres de alrededor de treinta años moviendo hilos para concebir un humano de dedos y uñas diminutas.

Todo esto es parte de mí, y he logrado disfrutarlo como un proyecto de vida a quién sabe si corto, mediano o largo plazo. Pues bien, en esas estaba cuando por casualidad asistí al “evento del día de la madre” del pueblo donde vivo, un pueblo genérico del sureste mexicano, con su genérico homenaje a las madres mexicanas. Y bueno, el estar allí escuchando una tras otra las alabanzas a la madre mexicana es una de las poquísimas cosas que me han hecho cambiar por un rato mi aspiración de madre por un “creo que estoy mejor así”. La mayoría de los números eran dirigidos o totalmente realizados por varones, y en casi todos se mencionó hasta el hartazgo las virtudes de los sacrificios hechos por las madres, y lo agradecidos que estaban los artistas por dicho sacrificio que, entre otras cosas, les había permitido estar en el escenario en ese momento. Se agradecían hasta el cansancio los cuidados maternos que involucraban angustias, encadenamiento a la rutina, renuncia de los placeres y sobre todo el hecho, voluntario o no, de haber parido a tales hombres de talentos notables.

Uno de los comentarios de la noche, dicho en forma de verso por un niño decimero de nueve años, fue que “la madre es un esquema”, y me queda claro que está en lo cierto. Pues bien, es un esquema que así planteado no quiero ser. Si quiero un hijo es porque sé sobre los muchos placeres de la vida: el viajar desde la ciudad hasta la orilla del mar para admirar el cielo plagado de estrellas, el descubrir un sabor completamente nuevo que sea el comienzo de una historia memorable, el observar las increíbles consecuencias de una idea sencilla. Porque a pesar de todos los pesares la vida es tan maravillosa, tan llena de sorpresas, porque la capacidad de amar supera a cualquiera, por eso quiero compartir el mundo, por eso quiero mostrarlo y admirarlo reflejado en unos ojos pequeños. ¿Cómo demonios haría eso sumida en un letargo de rutina, renuncia y abnegación? ¿Qué sentido tendría anular mi actuar para descargar mis ambiciones en alguien cuyos anhelos desconozco? ¿Por qué querría que un ser amado estuviera obsesionado con mi sazón, incapaz de apreciar otras delicias?

No sé si llegaré a ser la madre que ahora imagino ser, pero sé quien soy ahora, una mujer capaz de pensar, de aprender, de soñar y de crear. Y sé porque lo veo cuál es la situación actual de quienes son mamás, y a quienes la camisa de fuerza que es el “esquema de la madre” han atado a una vida, efectivamente, de renuncias, sacrificios y angustias. Quiero pues, construir un mundo de mujeres libres, realizadas, plenas. Donde se reconozca la importancia del trabajo de cuidados y la responsabilidad de la sociedad entera por el bienestar de sus niños. Donde no se exija de aquella “que nos trae al mundo” la satisfacción entera de nuestras necesidades a costa de su humanidad, sin tan siquiera ofrecerle las herramientas necesarias para tal empresa. Donde el concebir no sea un contrato de trabajos forzados y el ser madre sea uno más en los placeres en la vida de las mujeres, y no la definición de su ser. Un mundo sin que sea un orgullo el enunciar los sacrificios que otra persona está condenada a hacer para sostenernos a nosotros. En palabras de Simone de Beauvoir:

“…la mujer que posea la vida personal más rica será la que más dé al hijo y la que menos le pida; la mujer que adquiera en el esfuerzo y la lucha el conocimiento de los verdaderos valores humanos será la mejor educadora.”

Un mundo donde todos los días cualquiera tenga la capacidad de sorprenderse por mérito propio, de enorgullecerse de sí misma y de disfrutar de su vida. 

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